jueves, 17 de marzo de 2016

DESENREDANDO EL CONCEPTO FOLKISH

El artículo que publico hoy aquí trata de un tema sobre el que debía haber escrito hace tiempo. Al tratarse de un asunto complejo y espinoso, he estado remoloneando para no escribirlo de forma precipitada, pero ya ha pasado demasiado tiempo desde que publiqué aquí por última vez, y creo que es importante que deje mi postura bien clara al respecto, dado que, de un tiempo a esta parte, se han sucedido en mi entorno interesantes debates sobre mi posicionamiento en referencia al Odinismo. Así que trataré, como siempre hago, de explicar esa forma de vivir mi fe que muchos tachan de intolerante o sectaria.
Estoy hablando de la corriente Folkish.
Todos los pueblos de este mundo tienen una religión que se interrelaciona con otros aspectos de su identidad, como la lengua o la cultura, que es propia de sus gentes y que, podríamos considerar, es el cauce más natural para la expresión de su espiritualidad. Por desgracia, y desde hace varios siglos, estas religiones nativas han sido desplazadas, asimiladas o, en el peor de los casos, directamente eliminadas por otras creencias espiritualmente “imperialistas”, foráneas en aquellos territorios donde se practicaba otro sistema de creencias que diese a un pueblo ese matiz de independencia y autodeterminación que tan molesto resulta para quien trata de dominar y controlar. Sin embargo, mientras la identidad étnica de un pueblo se mantenga, aunque sea de un modo leve, siempre existe la posibilidad de un renacer de su propia corriente ética.
El cristianismo, seamos claros, no es más que una cubierta artificial en nuestra sociedad. Posiblemente, a causa de ello, el mundo entero sufre hoy una profunda crisis de valores. Cunde el desánimo entre la población, que ya no considera la religión (da igual la que sea, hablo de modo genérico del sentimiento religioso) como algo útil para su desarrollo personal, aferrándose a ese feroz materialismo que pretende taponar con cosas la hemorragia de su alma.
El Odinismo de la corriente Folkish dice simplemente: regresa a la fe de tus ancestros. Sólo eso. No hay supremacismo, no hay revancha ni tampoco odio. Regresa a la fe de tus ancestros, seas de donde seas, pertenezcas al pueblo que pertenezcas. Retornando a la senda ancestral, el individuo simplemente está volviendo a un modus vivendi que funcionó para su pueblo durante miles de años antes de la llegada de esa cubierta artificial que conocemos como cristianismo. No se trata de adoptar un culto exótico que nunca ha sido practicado por tu cultura, como lo fue el cristianismo en su momento. La vuelta a las creencias de nuestros antepasados Odinistas, para el pueblo que dio origen a este modo de entender la vida, es como retornar al hogar materno tras años de ausencia. Es como poder mirar en nuestro interior, y ver nuestro corazón.
Pero para retomar esa senda, es perentorio rechazar otras formas de pensamiento que, aunque exóticas y a menudo interesantes, no nos pertenecen en modo alguno, y de este modo restablecer nuestra propia senda. Porque el Odinismo es la religión de nuestro pueblo. Eso quiere decir que el Odinismo es particular de este pueblo, de este grupo étnico (que lo somos, como cualquier otro, le pese a quien le pese), de todas las tribus germánicas que dieron origen a nuestra cultura: suevos, vándalos y godos en la Península Ibérica, y sajones, jutos, anglos, lombardos, escandinavos, y tantas otras que no enumeraré por no extenderme de modo innecesario. En primer lugar y de un modo preeminente, hay que profundizar en las sendas de nuestros antepasados, largamente olvidadas, aprender (o recordar) su sabiduría y su visión del mundo, y seguir su ejemplo. De nuevo, observamos que hacer lo que ya se ha hecho antes es algo que nos beneficia como cultura o como pueblo (y, de hecho, es la base de nuestro ordenamiento jurídico hoy día: Lo correcto es lo que ya se ha hecho antes). En un plano netamente espiritual, un individuo sólo debería hacer lo que es correcto. Apreciar lo propio no es despreciar lo ajeno, pero para discernir qué es eso que denominamos propio hay que desprenderse de lo que no lo sea. Nos enseñaron que aglutinar era lo correcto, porque quien enseñaba era un aglutinador nato: nuevamente me refiero al cristianismo.

El psicólogo Carl Jung, en su ensayo titulado Wotan, nos da un claro ejemplo del modo en que nuestros dioses permanecen en la sociedad aún hoy día, y cómo pueden volverse más presentes:
Los arquetipos son como cauces que se secan cuando el agua desaparece, pero que pueden hallarse nuevamente en cualquier momento. Un arquetipo es como una vieja corriente de agua por donde el agua de la vida ha fluido durante siglos, excavando un profundo canal para sí misma. Cuanto más haya fluido por ese canal, más fácil es que, antes o después, el agua vuelva a su propio cauce.

 Y así es como los dioses de nuestros ancestros han estado siempre con nosotros, y lo sencillo que resulta el hecho de que vuelvan. Son como una especie de código inscrito en cada fibra de nuestro ser: otros pueblos tienen otros códigos, eso es innegable, y éste es el nuestro. Nuestro código es beneficioso para nosotros, por la sencilla razón de que es exclusivamente nuestro -valga la redundancia -. De algún modo, en un contexto religioso, se trata de seguir nuestros patrones internos, en lugar de seguir sendas antinaturales para el individuo, por las que sólo puede uno abrirse camino siguiendo un dogma dictado desde fuentes externas.
En resumen, el Odinismo de la corriente Folkish enseña a tomar lo cercano para buscar lo sagrado que hay en ello. Debemos ser lo suficientemente sabios para darnos cuenta de que aquello que nos han vendido como “nuestra herencia” no es más que un culto oriental a la muerte, y hasta que no prescindamos de esas anteojeras, no podremos entender con plenitud lo que nos quiere decir el corazón. Nuestro rechazo no va contra una religión, ni contra una cultura, sino contra el sincretismo. Tenemos la noción de que somos un pueblo, formado por multitud de tribus, en un mundo formado por muchos pueblos, cada uno con su cultura y su fe autóctonas, y queremos reivindicarlo, del mismo modo que hoy día lo hacen el pueblo cherokee, o los mapuches, los inuit o los ainu. Eso suena coherente, ¿verdad? Pues cambiad el término cherokee por “francos”, cambiad mapuches por “alamanes”, inuit por “hérulos” y ainu por “turingios”. ¿Qué tal os suena ahora? Cuidado con la respuesta, no os vayan a tomar por folkish.
¡Os veo en el próximo artículo!